...una historia real...
Hacer Tiempo
La canción parecía que iba a terminarse, pero
volvió a comenzar. Y luego, otra vez. Y otra. Y otra más.
Nadie en el restaurante mostraba el menor
interés por el fenómeno, ni hubo comentarios ni muestras de cabreo ante la
insistencia de aquella rumbita pegajosa, a todas luces atascada en un bucle
demasiado poderoso para un reproductor de cedés con excesivas batallas a
cuestas.
Mi acompañante y yo cruzamos unas cuantas
miradas de caústica complicidad, mientras apurábamos sin especial entusiasmo
nuestras consumiciones. Habíamos llegado hasta la librería contigua un rato
antes de la hora de apertura oficial, y decidimos hacer tiempo en aquel local,
tan anónimo y genérico como la pieza obstinada en plegarse sobre sí misma
desde, al menos, el momento de nuestra aparición.
Resignados, nos concedimos el dudoso placer
de otra par de escuchas del mantra neo-marismeño, y salimos a la calle justo
cuando abrían las puertas del objeto de nuestra presencia en semejante lugar,
dejando atrás unos cuantos clientes sumidos en la digestión más zombi, un
camarero fingiendo actividad ante su malcarado jefe, y la perpetua fanfarria
que a nadie parecía importar…
Unos tres meses después, repetí visita al
barrio (en solitario esta vez), en busca de unos títulos que había encargado
por teléfono a mi contacto en la tienda. Nuevamente, me presenté demasiado
pronto y, con cierto morbo, entré a hacer tiempo en aquel negocio cutre del que
huimos con alivio en la anterior ocasión.
Habían redecorado a fondo, empeorando –si eso
era posible- la estética de “lujo ultra-barato” que todavía recordaba. Tampoco
los camareros ni el encargado eran los mismos, o eso me pareció. Quizás sí lo
fueran los clientes; al menos sus rostros, su gestualidad abotargada y sus
modales de compadreo universal resultaban intercambiables con los que
encontramos en nuestra primera experiencia allí.
Y de repente, me quede paralizado al percibir
lo que sonaba de fondo, esta vez a un volumen tan bajo que no había conseguido
distinguir de qué se trataba hasta alcanzar la barra, muy cerca del equipo de música
y aquellas pantallas enanas, ridículamente decoradas con banderines e imágenes
regionales. Era la misma canción que recordaba, y estaba terminando. Pero, en
vez de eso, volvió a arrancar. Salí huyendo, sin esperar a la siguiente
repetición.
Hacer tiempo, cuando el tiempo mismo se
pliega y nadie a tu alrededor se da por enterado.
©luis avin fernandez / mercadonegro2012
First in a series...
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