"No puede haber ninguna duda
de que el jazz me ha hecho una mejor persona de lo que hubiera sido sin
él. La música inspira mi pasión por la participación plena y en abundancia
en la vida. Y los grandes del jazz que he conocido, desde Miles Davis a
John Coltrane a Louis Armstrong a mi papá, me han inspirado a ser disciplinado,
ambicioso, cuidadoso y dedicado a mi comunidad. Además ,el jazz, también ha
hecho de mí un mejor jugador de baloncesto".
(Kareem Abdul-Jabbar: “On The
Shoulder Of Giants – My Journey Through The Harlem
Renaissance”, Simon & Schuster 2007)
Con esta vehemencia expresó su vínculo -humano y deportivo- con la
música que ama desde su raíz, un jugador tan irrepetible como difícil de
imaginarse compitiendo en la actual NBA: Ferdinand Lewis Alcindor, el talentoso adolescente de Harlem que ya fue
objeto de un reportaje para la revista Life en 1963 con solo 15 años,
convertido en estrella máxima del baloncesto universitario con los invencibles
Bruins de UCLA, alcanzó un principio de madurez personal a edad bien temprana, y
durante el verano de 1968, decidió dejar atrás el catolicismo de su familia
–descendientes de yorubas llevados al Nuevo Mundo por el tratante de esclavos
del que habían heredado el apellido- para convertirse a la fé del Islam con un
nuevo nombre, Kareem Abdul-Jabbar (“Noble servidor del Poderoso”), y el orgulloso
afro-centrismo propugnado por Malcom X y los black muslims como guía para toda su actuación pública
posterior.
El
Kareem multicampeón que llegará un año
después a la liga profesional americana, destinado a batir récords de anotación,
inteligentísimo hombre grande que administra sus sky hooks de manera eficaz y despiadada, parangón del dominio mental del juego y
agraciado con una insólita longevidad en la élite, harto productiva para Bucks
y Lakers a lo largo de veinte temporadas, es ya también un activista consciente
de sus posibilidades para ejercer de representante/amplificador de una negritud
cultural muy necesitada de visibilidad y respeto por parte del mainstream norteamericano.
De esta forma, asistiremos a su reivindicación,
tan pertinente, del periodo dorado que supuso la Harlem Renaissance
durante los años 20 y 30, o a una elocuente asunción de la deuda con el panteón
de sus ídolos musicales en el libro de memorias ‘Giant Steps’ –cómplice, ya desde el título, con el
preciado cordón umbilical que une, entre otros muchos titanes, a “San” John
Coltrane con las manifestaciones sociales y artísticas de la moderna
experiencia afroamericana-, han convertido a Kareem en alguien tan sumamente
especial en esta época de cinismo universalmente asumido y hegemonía asfixiante
de la sociedad del espectáculo, un deportista laureado y extraordinariamente
exitoso cuyo rol fuera de la cancha trasciende con mucho la fama mediática que
llegó a adquirir en sus años de glamour angelino.
Ese Jabbar-personaje
que coqueteaba abiertamente con Hollywood (¿le recuerdan junto a Bruce Lee en
“Game Of Death”, o jugando a la autoparodia más bizarra en la eternamente
desternillante “Aterriza como puedas”…?) se demostró compatible para el pívot
neoyorquino y sus apetitos personales, con otro tipo de actuación
extradeportiva, efectuada cada vez con más rigor y dedicación, calado y
renombre, alimentada constantemente por el amor a una tradición musical de la
que él se siente humilde discípulo y proselitista agradecido, un miembro activo
de la comunidad global de fans que refrescan, hornada tras hornada, la pasión
genuina por el jazz, la riquísima colección de mensajes emocionales en las que
se enmarca, y los porqués profundos de su génesis, desarrollo y esplendor.
Trás
haber superado los embates crueles de la leucemia en los últimos años, Kareem
Abdul-Jabbar ha sido nombrado este Enero por Hillary Clinton y la administración
Obama, embajador cultural de los EE.UU., uniendo su nombre a una lista de gran
prestigio que incluye, en condición de pionero absoluto de los de su estirpe, a
todo un Louis ‘Satchmo’ Armstrong. Algo nada trivial para el mito del basket
mundial que escribió estos versos: “Los brazos como guías / Mis gafas, una
forma de elegancia / Y la vida, como una oportunidad: / Los triunfos suenan
mejor con jazz”.
Y es
que, tras la máscara, algo hierática, de la estrella –“Showtime” o no, da igual- que compartió
victorias con Oscar Robertson y Magic Jonson, habita un corazón enorme que se
nutre de las glorias creativas de otros gigantes, muchos músicos entre ellos, a
los que Jabbar pudo tutear en el “uno contra uno” de la vida: cuando, en 1983,
su casa de California ardió en un accidente, Kareem perdió más de 3.000 elepés
de su valiosa colección; muchos fans se ofrecieron desinteresadamente a reponer
los títulos complicados (o directamente, imposibles) de localizar. Es de esa
clase de amor de la que queríamos hablar hoy.
©luis avin fernandez
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mercadonegro2012
Publicado en el nuevo número de Dxt:
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"Número dos de la revista deportiva mensual DxT. Incluye un especial sobre el fútbol en Nueva York: el mítico Cosmos, un club de película, el actual Red Bull con Márquez y Henry, Luis de la Fuente, el español que jugó en el Cosmos de Pelé, la historia de Fabri Salcedo, un cántabro que triunfó en el soccer de los años 40 o una entrevista con Pablo López Salgado, un entrenador madrileño que trabaja en una escuela de fútbol de New Jersey. Otros contenidos son un reportaje sobre el descenso piragüístico del Asón, el segundo más antiguo de España tras el del Sella, rallys con Carlos del Barrio, Luis Avín escribe sobre Kareem Abdul-Jabbar . Volvo Ocean Race, deporte y cine y otras secciones habituales."