miércoles, 2 de mayo de 2012

Hacer Tiempo


...una historia real...















Hacer Tiempo



La canción parecía que iba a terminarse, pero volvió a comenzar. Y luego, otra vez. Y otra. Y otra más.

Nadie en el restaurante mostraba el menor interés por el fenómeno, ni hubo comentarios ni muestras de cabreo ante la insistencia de aquella rumbita pegajosa, a todas luces atascada en un bucle demasiado poderoso para un reproductor de cedés con excesivas batallas a cuestas.

Mi acompañante y yo cruzamos unas cuantas miradas de caústica complicidad, mientras apurábamos sin especial entusiasmo nuestras consumiciones. Habíamos llegado hasta la librería contigua un rato antes de la hora de apertura oficial, y decidimos hacer tiempo en aquel local, tan anónimo y genérico como la pieza obstinada en plegarse sobre sí misma desde, al menos, el momento de nuestra aparición.

Resignados, nos concedimos el dudoso placer de otra par de escuchas del mantra neo-marismeño, y salimos a la calle justo cuando abrían las puertas del objeto de nuestra presencia en semejante lugar, dejando atrás unos cuantos clientes sumidos en la digestión más zombi, un camarero fingiendo actividad ante su malcarado jefe, y la perpetua fanfarria que a nadie parecía importar…

Unos tres meses después, repetí visita al barrio (en solitario esta vez), en busca de unos títulos que había encargado por teléfono a mi contacto en la tienda. Nuevamente, me presenté demasiado pronto y, con cierto morbo, entré a hacer tiempo en aquel negocio cutre del que huimos con alivio en la anterior ocasión.

Habían redecorado a fondo, empeorando –si eso era posible- la estética de “lujo ultra-barato” que todavía recordaba. Tampoco los camareros ni el encargado eran los mismos, o eso me pareció. Quizás sí lo fueran los clientes; al menos sus rostros, su gestualidad abotargada y sus modales de compadreo universal resultaban intercambiables con los que encontramos en nuestra primera experiencia allí.

Y de repente, me quede paralizado al percibir lo que sonaba de fondo, esta vez a un volumen tan bajo que no había conseguido distinguir de qué se trataba hasta alcanzar la barra, muy cerca del equipo de música y aquellas pantallas enanas, ridículamente decoradas con banderines e imágenes regionales. Era la misma canción que recordaba, y estaba terminando. Pero, en vez de eso, volvió a arrancar. Salí huyendo, sin esperar a la siguiente repetición.

Hacer tiempo, cuando el tiempo mismo se pliega y nadie a tu alrededor se da por enterado.


   ©luis avin fernandez / mercadonegro2012

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